Estimados individuos modernos racionales, hablemos de la muerte. Dentro del catalogo de acontecimientos que forman parte de la vida de los humanos, éste es el acto individual por excelencia, el más inevitable. Sin afán de dramatismos ni de posturas nostálgicas, sí la muerte es algo indudable ¿Por qué atemorizarnos? “No constituye un nuevo problema, ni un desaforado peligro, sino la definitiva liberación de todo problema y de todo peligro imaginable.”[1] Sin embargo, esto no tranquiliza de todo ese miedo natural a la muerte. La razón esta en la relación que existe entre muerte e individualidad. Lo que teme morir es nuestra individualidad personal aquella que surge según el psicólgo, arqueólogo e historiador Julian Jaynes con el desarrollo del lenguaje y la invención de la conciencia.
La profesora Montserrat Gómez dice que es la concepción de la muerte lo que hace la diferencia específica de la estirpe humana por encima de la razón y el lenguaje, es decir, la certidumbre de la muerte es lo que nos convierte en humanos. Sin embargo es con la invención de la conciencia basada en el lenguaje que podemos tener esta certidumbre. Como dice la niña de un blog vecino aquella del NO – LUGAR, si no nombras no existes (creo que era algo así). Es en el Mesolítico cuando el hombre se adapto al medio pos glacial y alcanza cierta estabilidad. Entonces en poblaciones más grandes y con un modo de vida más estable surgió la necesidad de que los sustantivos persistieran en forma de nombres de personas individuales. Cuando un miembro de una tribu tiene nombre propio puede ser recreado en su ausencia. Es entonces cuando existe y la muerte alcanza su significado.
Pensemos en la muerte de alguien cercano a nosotros, y supongamos que esa persona no tuvo nombre, ¿en que consistiría nuestra pena? ¿Cuánto duraría? “Antes, el sujeto dejaba a sus muertos en donde caían o los escondía cubriéndolos con piedras; e incluso, en los cocía y se los comía. Pero cuando la persona tiene un nombre, al morir, la relación perdura; de ahí las costumbres funerales y el duelo”.[2] Entonces de la concepción de la muerte es como surge siguiendo de nuevo a la profesora Montserrat Gómez el espíritu. “Tener espíritu significa dar al cuerpo por perdido y amarlo así, en su marcha y en su quebranto: El espíritu no es pues lo que nunca muere sino lo que siempre sabe que va a morir.”[3]
[1] Montserrat Gómez Ramírez, Muerte y filosofía,[en línea] Revista Razón Cínica, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Dirección URL: http://www.politicas.unam.mx/razoncinica/autores/autores.htm, [consulta 23 de Noviembre 2009]
[2] Jorge Márquez Muñoz, La mente bicameral y la conciencia, [en línea] Revista Razón Cínica, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Dirección URL: http://www.politicas.unam.mx/razoncinica/autores/autores.htm, [consulta 23 de Noviembre 2009]
[3] SAVATER, Fernando, Diccionario Filosófico, Ed. Planeta, México, 1996, p. 227
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario