El fin de semana más festivo del año

Las mejores cosas de la vida normalmente pasan sin aviso ni preparación previa, simplemente ocurren y ya. Sólo mucho tiempo después al observar a la distancia, fuera del remolino de la realidad (¡chá, eso qué!), aquel acontecimiento aparentemente rutinario de un día laboral-estudiantil o una tarde-noche del acontecimiento en cuestión, se convierte en un momento memorable digno de anhelada repetición. No se trata de idealizar el pasado, pero otra condición que caracteriza los grandes momentos en la vida, además de su aparición inesperada, es la condición de “irrepetible” por más que se reúnan de nuevo los elementos cual receta de cocina.

El problema es idealizar la realidad y crear expectativas alrededor de lo que se espera sea un gran evento. La mayoría de las cosas escapan a nuestro control, según Freud ni siquiera somos dueños de nuestros actos. Como resultado, cuando se crea alrededor un consenso artificial de lo que debe ser la felicidad, llega la desilusión ante los obstáculos e inconvenientes que presenta siempre la cruda realidad. Siempre existe la posibilidad de que algo pueda salir mal, de que alguien no cumpla con su parte, de que algo se descomponga, de que algo falle, etc.

En fin, ante lo que pronosticaba como el fin de semana más festivo del año debido a las condiciones climáticas favorables, la coyuntura de cerrar un ciclo escolar, y… ya, nada más, se convirtió en un viernes entero frente a una computadora, sin café, con muchas cosas obligatorias por hacer y en la cabeza pensamientos de conspiración. Entonces es cuando sabes que estas jodido, pero ¡hey! cuidado, siempre hay la posibilidad de que las cosas puedan estar aun peor. Suficiente, necesito apagar esto y salir de aquí, necesito una cerveza.