Todo cambia, todo fluye, los continentes se desplazan, los genes mutan, la gente cambia. Fue la conclusión a la que llego el griego Heráclito, después de renunciar a su nivel y posición en la vida para irse a las montañas y comenzar a registrar lo que sería para su época una nueva filosofía radical. En ese tiempo el filósofo principal en Grecia era Parmenides, quien creía que el cambio era imposible. Escribió “Hen ta panta” (todo es uno e inmutable)[1]. Como se puede imaginar esta posición resultaba bastante cómoda, la vida resultaba entonces estable y por lo tanto predecible.
Heraclito creía que Parmenides estaba equivocado y su respuesta fue “Panta rei” (todo fluye). Escribiría que “no es posible bañarse dentro del mismo rio dos veces porque otras aguas fluyen hacia ti”[2]. El tiempo le daría la razón, hoy pocos podrían estar de acuerdo con Parmenides. Desde una perspectiva pesimista aquel momento que quisiéramos guardar estático como una fotografía, el pensar que somos los mismos después de aquel viaje o una vez que vimos aquella película resulta una ingenua ilusión, pareciera obvio, lo sé. Simplemente, nada es para siempre.
Sin embargo, el cambio siempre es la gran oportunidad, la gran expectativa, la renovación constante necesaria para la actividad creadora. La imaginación sociológica de Mills habla de ello. Al respecto el economista austriaco-americano Josep Schumpeter acuñaría el término destrucción creativa para referirse al rápido ciclo de vida y muerte de las empresas. Necesitamos cambiar para crecer, no se puede renacer sin antes haber muerto. Lo cierto es que el mundo y nosotros estamos cambiando, y el cambio es cada vez más acelerado. El mañana es siempre una gran oportunidad. Siguiendo a Heraclito, “el Sol es nuevo todos los días. Todo cambia.” [3]
[1] Luc de Brabandère, La mitad olvidada del cambio, Ed Continental, México, 2006, p 2.
[2]Ibidem.
[3] Ibidem.
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